HOGAR DULCE HOGAR
SENTADOS A LA MESA
Desde tiempos remotos, el Hombre se ha dedicado a crearse un refugio para sentirse a salvo. Aún hoy, cada día luego de nuestras labores, esperamos el momento de llegar al hogar a descansar. Pero, ¿cómo debemos concebir el hogar? Ciertamente, no debe ser un centro de rehabilitación a donde vamos sólo a descansar y soltar las cargas. El hogar debe ser ese lugar significativo en el que invertimos nuestro mejor tiempo y nuestras mejores relaciones.
Las personas de hoy día pasan por alto lo bonito de compartir con los miembros de sus familias. Prefieren hablar con extraños de los problemas cotidianos que ir al seno de su hogar y desahogarse allí, olvidándose que es junto a su familia donde encontrarán las respuestas que quizás buscan en otros sitios. Recordemos que Dios nos creo para vivir en familia y como tal debemos aprender a compartir nuestro día a día con ella.
Sentarse a la mesa y compartir el momento del almuerzo, significa un encuentro familiar para comunicarse, recordar, compartir y planificar juntos y en familia las experiencias de cada uno. Es también una acción que debemos enseñar a nuestros hijos para que sea aplicada en futuras generaciones. La pregunta es:
¿Cuántos de nosotros nos sentamos en familia a comer a mediodía? O ¿Cuántos de nosotros elegimos comer en la mesa, reunidos en familia en vez de hacerlo en frente de la TV?
En el contexto judío y en los tiempos de Jesús, el momento de sentarse a la mesa era el de las relaciones profundas y significativas. Era un momento de intimidad reservado sólo para los más allegados. Así como en la Última Cena, donde Jesús compartió además del pan y el vino sus pesares más profundos, por qué no compartir lo que nos pesa con aquellos que son nuestra familia y nos aman. A veces preferimos aceptar consejos de extraños para luego tomar decisiones equivocadas.
Las relaciones familiares son complicadas por sí mismas, ya que son un compendio de opiniones, emociones y observaciones distintas aprendiendo a convivir en un mismo lugar. Es por esto que en el hogar debe reinar la firmeza amorosa, una herramienta de poder basado en el principio del amor que busca principalmente evitar conflictos. El amor con el que tratamos a nuestros familiares debe demostrarse entre otras cosas en nuestro lenguaje ya que es más importante la forma en que nos comunicamos que el mismo mensaje, porque esa forma determinará lo que el otro interpretará.
Debemos dejar de pensar en nosotros mismos y comenzar a preocuparnos por los demás. Esto implica escuchar lo que nuestra familia tiene que decir y ayudarles a resolver aquellos problemas que puedan tener, pues a la larga evitaremos resultados negativos en el hogar. Reconozcamos que muchos de los conflictos familiares son generados a partir de la falta de escucha e interés por parte nuestra; debemos ser conscientes de que cuando no nos preocupamos por aquellos que viven con nosotros nos convertimos en causantes de la ruptura familiar. Si en verdad queremos edificar una familia sólida debemos aprender a apoyarnos unos en otros, evitando así las divisiones y consiguiendo que Dios derrame sobre todos las más ricas bendiciones.
Muchas veces, la presión de las circunstancias externas y los problemas llegan a aturdirnos de tal manera que no notamos que están allí justamente para formar nuestro carácter, ese que nos hará actuar positivamente frente a lo adverso. Con un buen carácter y una firmeza amorosa sabremos cómo actuar en las diferentes situaciones dentro de nuestro hogar dulce hogar para que sea este un lugar de descanso donde reine el acuerdo.
Es realmente importante además, dar entrada y control a Dios en nuestros hogares. Lo primero que debemos hacer es postrarnos ante el Señor y pedir orientación para nuestras vidas, consultar con Él acerca del propósito para el cual nos diseñó y si estamos viviendo conforme a Él, o si por el contrario estamos obrando según nuestros propios deseos, guiados por el pensamiento de qué es lo que creemos merecer. Es esta la única manera de que se convierta nuestra casa en un Hogar Dulce Hogar. Saber que el amor por Él ha de ser incondicional y que por nuestros familiares, una decisión a diario. Con esto como base, nuestro lenguaje será entonces de bendición; seremos asertivos, dando espacio para aplicar lo que comunicamos; generaremos relaciones significativas y evitaremos conflictos.
Pastor Carlos Aréjulo
Recopilado por Daniela Gámez y Maribel Rodríguez
SENTADOS A LA MESA
Desde tiempos remotos, el Hombre se ha dedicado a crearse un refugio para sentirse a salvo. Aún hoy, cada día luego de nuestras labores, esperamos el momento de llegar al hogar a descansar. Pero, ¿cómo debemos concebir el hogar? Ciertamente, no debe ser un centro de rehabilitación a donde vamos sólo a descansar y soltar las cargas. El hogar debe ser ese lugar significativo en el que invertimos nuestro mejor tiempo y nuestras mejores relaciones.
Las personas de hoy día pasan por alto lo bonito de compartir con los miembros de sus familias. Prefieren hablar con extraños de los problemas cotidianos que ir al seno de su hogar y desahogarse allí, olvidándose que es junto a su familia donde encontrarán las respuestas que quizás buscan en otros sitios. Recordemos que Dios nos creo para vivir en familia y como tal debemos aprender a compartir nuestro día a día con ella.
Sentarse a la mesa y compartir el momento del almuerzo, significa un encuentro familiar para comunicarse, recordar, compartir y planificar juntos y en familia las experiencias de cada uno. Es también una acción que debemos enseñar a nuestros hijos para que sea aplicada en futuras generaciones. La pregunta es:
¿Cuántos de nosotros nos sentamos en familia a comer a mediodía? O ¿Cuántos de nosotros elegimos comer en la mesa, reunidos en familia en vez de hacerlo en frente de la TV?
En el contexto judío y en los tiempos de Jesús, el momento de sentarse a la mesa era el de las relaciones profundas y significativas. Era un momento de intimidad reservado sólo para los más allegados. Así como en la Última Cena, donde Jesús compartió además del pan y el vino sus pesares más profundos, por qué no compartir lo que nos pesa con aquellos que son nuestra familia y nos aman. A veces preferimos aceptar consejos de extraños para luego tomar decisiones equivocadas.
Las relaciones familiares son complicadas por sí mismas, ya que son un compendio de opiniones, emociones y observaciones distintas aprendiendo a convivir en un mismo lugar. Es por esto que en el hogar debe reinar la firmeza amorosa, una herramienta de poder basado en el principio del amor que busca principalmente evitar conflictos. El amor con el que tratamos a nuestros familiares debe demostrarse entre otras cosas en nuestro lenguaje ya que es más importante la forma en que nos comunicamos que el mismo mensaje, porque esa forma determinará lo que el otro interpretará.
Debemos dejar de pensar en nosotros mismos y comenzar a preocuparnos por los demás. Esto implica escuchar lo que nuestra familia tiene que decir y ayudarles a resolver aquellos problemas que puedan tener, pues a la larga evitaremos resultados negativos en el hogar. Reconozcamos que muchos de los conflictos familiares son generados a partir de la falta de escucha e interés por parte nuestra; debemos ser conscientes de que cuando no nos preocupamos por aquellos que viven con nosotros nos convertimos en causantes de la ruptura familiar. Si en verdad queremos edificar una familia sólida debemos aprender a apoyarnos unos en otros, evitando así las divisiones y consiguiendo que Dios derrame sobre todos las más ricas bendiciones.
Muchas veces, la presión de las circunstancias externas y los problemas llegan a aturdirnos de tal manera que no notamos que están allí justamente para formar nuestro carácter, ese que nos hará actuar positivamente frente a lo adverso. Con un buen carácter y una firmeza amorosa sabremos cómo actuar en las diferentes situaciones dentro de nuestro hogar dulce hogar para que sea este un lugar de descanso donde reine el acuerdo.
Es realmente importante además, dar entrada y control a Dios en nuestros hogares. Lo primero que debemos hacer es postrarnos ante el Señor y pedir orientación para nuestras vidas, consultar con Él acerca del propósito para el cual nos diseñó y si estamos viviendo conforme a Él, o si por el contrario estamos obrando según nuestros propios deseos, guiados por el pensamiento de qué es lo que creemos merecer. Es esta la única manera de que se convierta nuestra casa en un Hogar Dulce Hogar. Saber que el amor por Él ha de ser incondicional y que por nuestros familiares, una decisión a diario. Con esto como base, nuestro lenguaje será entonces de bendición; seremos asertivos, dando espacio para aplicar lo que comunicamos; generaremos relaciones significativas y evitaremos conflictos.
Pastor Carlos Aréjulo
Recopilado por Daniela Gámez y Maribel Rodríguez
EXCELENTE LA CONFERENCIA DE HOY, MUY EDIFICANTE... NOS PERMITE REFLEXIONAR ACERCA DE LAS RELACIONES FAMILIARES Y EL TIPO DE COMUNICACIÓN QUE ESTAMOS TENIENDO... LUEGO DE ESTO A INCORPORAR DISTINCIONES... DLB
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